“Sentimos llegar la hora suprema en que habrá de consumarse definitivamente el acabamiento de la vieja España”.
“Declarémonos separatistas de este Estado que, con relación a
individuos y pueblos, conculca sin freno los fueros de la justicia y del
interés y, sobre todo, los sagrados fueros de la Libertad”. ”En todas
las regiones o nacionalidades peninsulares, se observa un incontrastable
movimiento de repulsión hacia el Estado centralista. Ya
no vale resguardar sus miserables intereses con el escudo de la
solidaridad o la unidad, que dicen nacional.” “Sean cuales fueren los
procedimientos de que hubieren de valerse para mantener su dominio los
Poderes Centralistas depredadores, estos Poderes deberán, con escarnio, ser abolidos”. “No
podrán contener sus ansias de libertad la acción opresora de los
poderes centrales, porque éstos ninguna esencia representan (…), siendo impotentes las armas y los ejércitos
todos ante la fuerza avasalladora, incontrastable, que expansiona los
ideales de liberación oprimidos”. “Rechacemos la representación de un
Estado que nos deshonra”.
Todas estas soflamas y acaloramientos nacionalistas no crea que son
de Sabino Arana, de Carod Rovira, Artur Mas o siquiera Arnaldo Otegui.
Son de Blas Infante. Sí, ese que reverenciamos mañana (por hoy).
Ese por el que declaman todos los críos el día del pan con aceite. Ese
que llaman el padre de la patria andaluza, puesta en toldo y peana. Toma
ya, la patria andaluza. Y, oiga, que yo soy andaluz, me siento muy
andaluz, adoro mi tierra, sus gentes, su gastronomía, su cultura y vivir
aquí. Pero todo esto de Blas Infante, la patria andaluza y las coles de
Bruselas me suena a gran majadería. Con el único fin además de
entontecer y justificar las multiplicación de los panes y las
instituciones y las medallas y los homenajes y las gaitas en vinagre. Y
ser los garantes y defensores de un legado que, oiga, Dios lo tenga en
su gloria con todos sus acabamientos de la vieja España, sus escarnios y
sus Poderes Centralistas depredadores. Desgraciado es el país que
necesita héroes, decía Bertol Brecht. Y ridículo. Muy ridículo.
Opinión de Julián Molina para el diario Sur.
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