viernes, 21 de mayo de 2010

OP: XXV años de PER.

Como esos muñecos con un muelle que apenas levantar la tapa saltan endemoniadamente; la clase política andaluza tiene incorporado el resorte del PER y apenas toca alguien esas siglas hipersensibles saltan acometiendo como miuras clonados. Ahora ha caído ahí el líder incauto de Unió; y ya le han arrollado los discursos habituales sobre la dignidad humillada de Andalucía. Sin embargo si se lee la frase genérica de Durán («No sé si no es el momento de reflexionar sobre lo que significa el gasto del PER. Eso tenía sentido hace unos años pero hoy no es así») pues sencillamente tiene razón. Se le puede reprochar que, siendo catalán, haya escogido sólo el PER andaluz en vez de mencionar el automóvil o el textil catalán, los astilleros de norte y sur, las energías limpias, la mina asturiana o el monte cantábrico. Eso se le puede reprochar, pero no que mencione el PER como un modelo de 'cultura de la subvención'. Lo es.
Se puede entender el cabreo perpetuo de los dirigentes andaluces porque, con tantas actividades subvencionadas por todo el país, el PER se ha convertido en el único símbolo del voto cautivo subvencionado. Ese ha sido un argumento recurrente de la derecha, quizá para justificar su frustración por sufrir derrota tras derrota en Andalucía. Esperanza Aguirre, con su estilo de marquesa asilvestrada marca de la casa, calificó a los andaluces de 'gallinitas pitas pitas' que van a votar sumisamente. Es un tópico distorsionado. El PER lo percibe el dos o tres por ciento de la población, y al PSOE le vota la mitad del censo, dos millones largos de andaluces. De hecho en la Universidad de Granada se midió el impacto electoral y sólo IU obtenía réditos claros. Desde luego convendría revisar las subvenciones, incluso es un imperativo moral bajo el tijeretazo, pero todas las subvenciones, desde Gibraltar a Finisterre, no sólo el PER.
Andalucía no puede seguir atrapada en el discurso complaciente del subsidio. Ya pasó su tiempo. Sin duda tuvo un efecto equilibrador en el campo, arraigando a la población rural y dignificando ese entorno, pero han transcurrido veinticinco años. Es un ciclo generacional; y mantener el PER, como ya ocurre entre los jóvenes del medio rural, es crear una cultura de la sopa boba, desactivando el instinto de progreso en la región más subdesarrollada del país. Y de hecho el PER ha sido y es también la cortina de muchos fraudes. En los años ochenta y noventa cumplió su objetivo; en el siglo XXI es una rémora antipedagógica para esa sociedad amodorrada bajo la teta pública. A pesar de todo, algunos siguen exaltando el PER por haber llevado '25 años de paz' al campo. Eso es retórica semifranquista: XXV años de Per. Celebrar eso es una celebración amarga.

Artículo de opinión de Teodoro León Gross para Sur.

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